Había olvidado cómo era esto de sentarte a escribir en tu diario bloguero. Y subir recetas... Lo mismo comparto alguna más de este libro, así ven mundo. Quién sabe... Algún lector o navegante despistado puede que encuentre aquí la respuesta para su próximo destino ☺️ Otra cosa no sé, pero la naturaleza y la comida tradicional, son dos cosas que sí son buenos motivos para hacer una visita a Bulgaria.
Que yo tampoco soy el consejero más idóneo, todo hay que decirlo. La verdad que, desde el 2021, continua una racha un tanto revuelta. Y, aunque es cierto que con la publicación del libro parecía que el camino volvía a aparecer delante, la nebulosa sigue estando un poco por todas partes. Mañana se cumplen 2 años desde que hice un cambio drástico de vida, dejando atrás 18 años de experiencia y de sueños cumplidos - y embarcándome, o más bien, saltando del trampolín en bomba, hacia un nuevo propósito, más parecido a una carta a los Reyes Magos, que a un objetivo real. En realidad salté en plancha. En este tiempo conseguí deshacer una carrera profesional, desperdiciar otra, fundirme media hucha, pasar de tener casa a tener un trastero, volver a vivir con mi madre, o sea, desindependizarme, adoptar un sofá, descubrir la celulitis, y también la depresión, retomar mis peores hábitos, dejar de cocinar, y de comer, a ratos, luego opté por hacer sobre todo eso; dejar de dibujar por completo y negar todo arte, perder dos abuelas, por poco mis amigos - y sobre todo, la ilusión. Qué potito. Soy una quejica, lo sé. Soy consciente de que vivo en la parte privilegiada del mundo. Pero las cosas te pasan y, como dicen los búlgaros, "y no te preguntan". O sea, no te piden permiso. Así que mi cerebrito se hundió en una especie de nube espesa, a veces gris, a veces negra, donde el tiempo se había parado y nada tenía respuesta ni sentido. Y Alya, o quien fuera eso, se encontraba en un espacio entre el pasado y el futuro, sin hacer pie, cayendo, pero sin terminar de caer. Todo el contenido de sus pensamientos estaba en un pasado que no iba a volver, y todo el contenido de su cuerpo - en un presente cuya existencia negaba. El cerebro humano es un infinito. Ojalá me hubiera hecho neurocientífica. Aunque seguro que estaría más tarada todavía xD
En fin, aunque hice muchas cosas mal, una hice bien: conseguí terminar el libro de recetas. Rebobino y sigue pareciéndome un milagro. Trabajaba de noche mientras la ciudad y la autopista de enfrente dormían; y de día - dormía yo (yo, la que ponía a parir a los "vagos que duermen hasta el mediodía"). Mi bote salvavidas fueron una frase, un programa de televisión, a las 04:00 de la mañana, y una "tarta de chocolate y chucrut"- ahí estaba el pastelero llamado Rudolph van Veen y sus palabras, sonando debajo de una voz de doblaje búlgaro: "La vida es como un trozo de bizcocho - si no lo disfrutas, ¿qué sentido tiene?" Empecé a verlo todas las madrugadas, como una extraña meditación adictiva. Apuntaba todas sus recetas, volví incluso a garabatear. Volvía a sentir entusiasmo, aunque fuera solo en esa hora y poco, en que dibujaba cremas pasteleras, masas quebradas y pizzas de remolacha que nunca iba a hacer. O nunca, hasta demostrar lo contrario.